En la penumbra
te mantienes altiva y vigilante
a la espera de tus asiduos clientes.
Entre yonkies, putas y vagabundos
todos somos tus hijos
y nos bañamos en tu mágico reflejo nocturno.
Eres la gran puta entre las rameras,
en tus calles infestadas de hermosas ninfas emigrantes de tierras lejanas,
que endulzan a náufragos desahuciados en busca de placeres fugaces.
Lima la fea, la sucia,
la perra que busca alimento entre los basurales,
y amamanta dulcemente a sus bastardos cachorros desnutridos,
ansiosos del afecto que les fue negado.
Eres la niña ultrajada y juzgada
que ofreció su amor al primer perro callejero que lamió su mano.
La chica que creció rápidamente
intentando estar a la altura de las grandes metrópolis.
La niña que juega a ser grande por miedo al que dirán sus amigas,
la pequeña que se pinta los labios
y delinea sus ojos escondiendo la amargura de su triste infancia,
la muchacha que corre raudamente a los brazos de sus amantes de turno.
Todos te señalan y hablan a tus espaldas,
pero yo te amo incansablemente
en tus besos compartidos,
en tu aroma barato que compraste en una feria de pulgas.
Me deleito con el olor de tu húmedo coño,
despidiendo los fluidos de tus tripulantes,
esos bucaneros que tomaron por asalto tu pequeña flota,
arrebatándote el tesoro de tu juventud como trofeo de guerra.
Embriágame con el brillo de tus ojos
bajo las luces rojas de las esquinas que ocupas cada noche,
Endúlzame con tu caminar de indefensa santa de la noche.
Llévame a tu capilla en el piso de cualquier hotel barato
a rendir culto a tu cuerpo tierno y delicado.
Regálame un tierno beso de despedida
súmalo a la cuenta y guarda el cambio.