Nosotros recorremos las aceras opuestas de esta ciudad llena de caos,
mientras los caminos se bifurcan y se pierden entre las ramas de los sauces en otoño.
Es la garúa por las mañanas la que aflora tus primeros brotes,
la misma que me niega auxilio en estas áridas tierras que no recorres.
Entre pámpanos y crisálidas voy camino al desfiladero del imposible de tus labios,
de la muerte austera en el destierro de tu sonrisa,
de tus abrazos de consuelo,
de mi vivir prematuro,
y mi culposa forma de justificar mis reclamos.
Es la tortuosa necesidad de mirar en mi pasado,
aquella que me declara como sospechoso de crimen,
cuando te conviertes en la celadora de este órgano que late débilmente entre el bullicio.
En esta celda donde las tonalidades grisáceas predominan,
donde desprendes tu fragorosa predica nocturna y te despides.
En las largas noches cuando el minutero se detiene en tu ausencia,
cuando empieza la agonía de contar los segundos y su cruel forma de prologar el tiempo.
Es tu sadismo el que se ensaña con mis ventrículos,
tu abulia impuesta en declarada despedida.
Yo me mantengo inerme aferrándome a tus sonoridades,
a tu cándida forma de alegrar mis días.
Es el amanecer de este sentimiento en carne viva que se desangra cruentamente.
Es la herida purulenta de este amor en clandestinidad.
Soy quien secuestra tus pasos por las noches sin miedo a las consecuencias.
Este atentado premeditado en pos de tu atención,
este saqueo de corsario intransigente que rapta tu aroma.
Y si esta noche tú me empujas por la borda en la insondable necesidad de buscar tus manos,
no me culpes si me entrego a la bravura de tus profundidades.